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sábado, 5 de abril de 2014

EL EFECTO CONTAGIO DE LOS LINCHAMIENTOS

El primer caso sucedió en la ciudad de Rosario y saltó a la pantalla de los medios televisivos a través de los informativos. Hace una semana un joven de 18 años, que había robado poco antes, fue atacado por vecinos del lugar que lo lincharon. Fue internado y murió a los pocos días producto de los golpes recibidos.

Como si el factor contagio hubiera actuado como estímulo, se empezaron a suceder en distintos puntos del país casos similares, no solo en las grandes ciudades sino también en el interior. Así se pudo saber de otros hechos más en Rosario, uno a pocas cuadras de donde sucedió el primero, y también en el barrio porteño de Palermo. En este último, las redes sociales mostraron de manera descarnada cómo una horda rabiosa se abalanzaba sobre un joven propinándole patadas en la cabeza cuando ya estaba inerte en el piso. Un portero tuvo que intervenir para evitar consecuencias trágicas y una mujer fue insultada por pretender que los atacantes tomaran conciencia de lo que estaban haciendo. Después las noticias sobre estos casos comenzaron a llegar desde el interior, como La Rioja o Río Negro. Hasta hubo uno en el que dos hombres que iban en una moto a su trabajo fueron atacados por un grupo enardecido porque "creyeron" que eran delincuentes.

No es novedoso que los hechos delictivos que son cubiertos por los grandes medios nacionales, que sobreimprimen y abusan hasta el hartazgo con la continua reiteración de imágenes, multiplican su efecto tóxico sobre las subjetividades, y después son replicados en distintos lugares. Los saqueos a comercios a fin del año pasado en el marco de los levantamientos provinciales fueron un caso más que evidente para tomar como ejemplo. Y no es el único.


En tal sentido, muchos medios, especialmente televisivos, han realizado la cobertura de los casos de linchamiento sin un adecuado marco informativo y conceptual. Los difunden casi como una actitud natural ante lo que consideran la "sensación de inseguridad" y sin una mirada crítica sobre lo que está ocurriendo. Lo suponen una venganza que "se les fue de las manos" a sus protagonistas, casi como un estallido social donde la conciencia queda adormecida en el anonimato.

En todo ese marco, un oportunista dirigente opositor consideró que estos hechos de violencia extrema se producen por la "falta del Estado" en materia de seguridad, declaraciones cargadas de un interés de promoción personal. Pero de hecho, las estadísticas muestran que Argentina es uno de los países con menor tasa de criminalidad del continente, a pesar de que la televisión muestre que estamos viviendo peor que en México. Esto no significa, obviamente, que no haya delitos, y graves.

Los linchamientos no son justicia por mano propia ni un acto valiente de quienes quieren resguardarse o proteger a otros de un peligro. Son, lisa y llanamente, actos criminales y están dirigidos -siempre- a un mismo prototipo de persona: el joven presuntamente delincuente, pobre, morocho, que vive en un barrio marginal. No se ha sabido de ningún delincuente de "guante blanco", o funcionario corrupto -que provocan daños económicos infinitamente mayores- que hayan sido blanco de este tipo de ataques nacidos de la furia colectiva.

Nacen de la catarsis social ante la demonización televisiva de cierto tipo de delitos -y el velamiento de otros- y contienen una cuota importante de degradación de los valores humanos. Son un ataque cobarde e irracional de una turba enardecida, porque los destinatarios de las brutales golpizas son jóvenes que no van armados y no pueden defenderse, como se ha visto en las imágenes difundidas. Los comunicadores sociales también deberían tomar nota de que la violencia no es un espectáculo más o un tema de tratamiento liviano para alimentar el morbo de los televidentes.

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